La derrota del Imperio Alemán en la Gran Guerra supuso el nacimiento de la República de Weimar. Había sido proclamada dos días antes del armisticio por políticos socialistas, como Ebert, que posteriormente tuvieron que asumir la responsabilidad del tratado de Versalles, el diktat. Por tanto fueron vistos como traidores y el nuevo régimen se impuso con dificultad.
Tuvo que hacer frente a dos crisis económicas: la hiperinflación alemana en 1923 y la crisis de 1929. Además de tener la oposición tanto de la derecha nacionalista como de la izquierda comunista, que protagonizó la revolución espartaquista, imitando el modelo soviético y bolchevique que había triunfado en Rusia.
La república recibe el nombre de una pequeña localidad donde se reunió una asamblea constituyente por miedo a los obreros berlineses. Estableció un régimen democrático, con un parlamento (Reichstag), un Canciller (Presidente del consejo) y un presidente elegido por sufragio universal. Su constitución era liberal y democrática, afirmaba la igualdad ante la ley y reconocía las libertades fundamentales y la soberanía popular.
Los principales partidos de masas de la República de Weimar estaban poco preparados para la democracia:
La coalición de Weimar estaba formada por los partidos que apoyaban al régimen: el Partido Socialdemócrata, partidaria de reformas sociales, el Zentrum católico y el Partido Demócrata, partidarios del parlamentarismo.
El Partido Comunista Alemán, contrario al sistema, defendía una política de "clase contra clase".
En la derecha hay que citar al Partido Nacional Alemán, de tendencia pangermanista, nostálgico del Reich y violentamente hostil a Versalles. En la extrema derecha se situaban los partidos nacionalistas, del que salió el NSDAP (Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes) de Adolfo Hitler, que en una fecha tan temprana como 1923 intentó un golpe de estado (el putsch de la cervecería en Munich), que fracasó.
La evolución política del régimen de Weimar se explica en tres momentos:
Entre 1920 a 1923 el país superó mal la crisis económica y financiera de posguerra, además de sufrir la depreciación de la moneda.
Entre 1924 a 1929 mejoraron las condiciones de vida, sobre todo con la llegada al poder de Stresemann, que convivió con el derechista Hindenburg.
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La crisis de 1929 echó por tierra las esperanzas republicanas y favoreció el ascenso irresistible del Partido Nazi. Hacia 1932 había seis millones de parados, el caldo de cultivo del acceso al poder de Hitler con el apoyo del 33 % del electorado.
Teodoro Fernández
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