http://es.scribd.com/doc/113706515
LA CIUDAD EN LA BAJA EDAD MEDIA
Del Chretien de Troyes:
"...llena de gente distinguida,
y las mesas de los banqueros
todas cubiertas de monedas.
Vio las plazas y las calles
llenas de buenos artesanos
que ejercían distintos oficios:
aquéllos pulían las espadas,
unos batanaban telas, otros las tejían,
aquéllos las peinaban, éstos las tudían.
Otros fundían oro y plata
y hacían buenas y bonitas obras,
hacían copas y bandejas
y joyas esmaltadas,
anillos, cinturones y broches.
Se podría haber pensado y dicho
que en la ciudad siempre había mercado,
tan llena de riqueza estaba:
cera, pimienta, púrpura,
pequeñas pieles grises
y toda clase de mercancías."
De Guilbert de Nogent en De vita sua:
"El clero... y los grandes, despojados del derecho a exigir del pueblo contribuciones... dan por medio de embajadores... la facultad, mediante un justo precio, de hacer un municipio.
Municipio, nombre nuevo, nombre detestable donde los hay: todos los sometidos al censo por cabeza pagan (al municipio), una vez al año, la deuda de servidumbre que deben habitualmente a sus señores;...quedan dispensados de las otras exacciones que se suelen infligir a los siervos"
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhyKOGIZAhF6hJvqSZmJXWtg9wPseEJWiSABjVfAVYPkZPjr59dYJLx5n4ZwtDw9-NEu-5-yhfA_kVar0VeDCbrC2XYvX18UMexfsAcdAd9Mp0BDsN2QdpUl2AiqQkEpEAhlSKl2AKeJkc/s1600/medieval.jpg
Y de Ernst H. Grombrich en su “Breve historia del mundo” nos encontramos con esta descripción de la ciudad:
No debes imaginar la vida en una ciudad medieval como
la vida urbana de hoy en día. Las ciudades eran casi siempre diminutas, estaban
llenas de rincones y tenían callejas angostas y casas altas y estrechas con
gablete. En ellas vivían muy apretujados los comerciantes y los artesanos con
sus familias. Los comerciantes solían recorrer el país acompañados de gente
armada. Se trataba de algo necesario, pues por aquel entonces muchos caballeros
eran tan poco caballerosos que se habían convertido, sencillamente, en
bandoleros. Instalados en sus castillos, acechaban a los comerciantes para
saquearlos. Pero los ciudadanos y los burgueses no lo consintieron por mucho
tiempo. Tenían dinero y podían pagar soldados. Solían vivir, pues, en conflicto
con los caballeros y no era raro que los burgueses vencieran a esos caballeros
bandoleros.
Los artesanos,
sastres, zapateros, pañeros, panaderos, cerrajeros, pintores, carpinteros,
canteros y constructores constituían asociaciones artesanales o federaciones
llamadas gremios. Cada uno de ellos, por ejemplo el gremio de los sastres, era
tan cerrado y tenía leyes casi tan rigurosas como el estamento de los
caballeros. No todo el mundo podía alcanzar sin más ni más el grado de maestro
sastre. Antes había que ser aprendiz durante un tiempo determinado; luego, se
obtenía el grado de oficial y había que recorrer mundo para conocer ciudades y
formas de trabajo ajenas. Estos oficiales itinerantes recorrían el país a pie y
visitaban, a menudo durante años, muchas naciones hasta el momento de regresar
a casa o encontrar una ciudad desconocida que necesitara—pongamos por caso—un
maestro sastre, pues en las ciudades pequeñas no hacían falta muchos y el
gremio procuraba con gran rigor que no accediera al grado de maestro más gente
de la que podía hallar trabajo. El oficial debía demostrar allí lo que sabía,
es decir, preparar una pieza maestra (un bello abrigo, por ejemplo), y, a
continuación, se le nombraba solemnemente maestro y era recibido en el gremio.
En una novela histórica actual leemos esta descripción de la ciudad de Barcelona ("La catedral del mar" de Iledefonso Falcones):
La
ciudad se extendía a sus pies.
—Mira,
Arnau —le dijo Bernat al niño, que dormía plácidamente pegado a su pecho—,
Barcelona. Allí seremos libres.
Desde
su huida con Arnau, Bernat no había dejado de pensar en aquella ciudad, la gran
esperanza de todos los siervos. Bernat los había oído hablar de ella cuando
iban a trabajar las tierras del señor o a reparar las murallas del castillo o a
hacer cualquier otro trabajo que el señor de Bellera necesitara. …
«Si
se logra vivir en ella un año y un día sin ser detenido por el señor —recordaba
haber escuchado—, se adquiere la carta de vecindad y se alcanza la libertad.»
En aquella ocasión todos los siervos guardaron silencio. Bernat los miró:
algunos tenían los ojos cerrados y los labios apretados, otros negaban con la
cabeza y los demás sonreían, mirando hacia el cielo.
—Y
¿sólo hay que vivir en la ciudad? —rompió el silencio un muchacho, uno de los
que habían mirado al cielo, soñando a buen seguro con romper las cadenas que lo
ataban a la tierra—. ¿Por qué en Barcelona se puede ganar la libertad?
El
más anciano le contestó pausadamente:
—Sí,
no hace falta nada más. Sólo vivir en ella durante ese tiempo. —El muchacho,
con los ojos brillantes, lo instó a continuar—. Barcelona es muy rica. Durante
muchos años, desde Jaime el Conquistador hasta Pedro el Grande, los reyes han
solicitado dinero a la ciudad para sus guerras o para sus cortes. Durante todos
esos años, los ciudadanos de Barcelona han concedido esos dineros pero a cambio
de privilegios especiales, hasta que el propio Pedro el Grande, en guerra
contra Sicilia, los plasmó en un código... —El anciano titubeó—. Recognoverunt
proceres, creo que se llama. Es ahí donde se dice que podemos alcanzar la
libertad. Barcelona necesita trabajadores, trabajadores libres. (…)
Después
dirigió la vista hacia donde el mar se fundía con la tierra. Cinco barcos
destacaban cerca de la orilla, junto al islote de Maians. Hasta ese día Bernat
sólo había visto dibujos de barcos. A su derecha se alzaba la montaña de
Montjuïc, también lamiendo el mar; a los pies de su falda, campos y llanos y,
después, Barcelona. Desde el centro de la ciudad, donde se alzaba el mons
Taber, un pequeño promontorio, cientos de construcciones se derramaban en
derredor; algunas bajas, engullidas por sus vecinas, y otras majestuosas:
palacios, iglesias, monasterios... Bernat se preguntaba cuánta gente debía de
vivir allí. Porque de repente Barcelona terminaba. Era como una colmena rodeada
de murallas, salvo por el lado del mar, y más allá de las murallas sólo campos.
Cuarenta mil personas, había oído decir. (…)
Bernat
titubeó, volvió a bajar los ojos y suspiró aliviado al ver que no le había
prestado la menor atención. Recorrió la calle hasta la catedral, que estaba en
construcción, y poco a poco empezó a levantar la cabeza. Nadie lo miraba. Durante
un buen rato estuvo observando cómo trabajaban los peones de la seo: picaban
piedra, se desplazaban por los altos andamios que la rodeaban, levantaban
enormes bloques de piedra con poleas... Arnau reclamó su atención con un ataque
de llanto.
Imágenes tomadas de:
http://www.acevihotels.com/blog/wp-content/uploads/2011/05/barrio-gotico-2.jpg
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/9e/SantaMariaDelMar_9257.jpg
Teodoro Fernández
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