«Este fiel retrato, del que espera
La Paz, para ponerse en firmamento;
Que por ser de la púrpura ornamento,
Fijó su Imperio en estrellada esfera.
Pasmó al abismo, quando mas se altera,
Freno del golfo, quando mas violento;
Cuya mayor acción es documento.
»Como, en quien todo Christo reverbera.
Este, salud común, honor del mundo,
Donde la adoración llega, y no alcanza,
Este Pedro primero, no segundo,
Este, que deja llena la esperanza
Es luz del Orbe, asombro del profundo,
Innocencio, mayor que otra alabanza.»
El magnífico retrato de Giambattista Pamphilj (1574-1655), papa Inocencio X, pintado en óleo sobre lienzo por Velázquez en 1650 durante su segundo viaje a Italia, se guarda en Roma, en la galería Doria Pamphilj, de donde nunca ha salido en contadas ocasiones.
¿Por qué es tan alabado este retrato?
En primer lugar debemos señalar que su excepcionalidad no le viene por la calidad de su realización, ni por los magníficos recursos utilizados ni aún por su capacidad de penetración humana, sino por haber sido el primer pose de un pontífice para un artista español. Éste mantuvo tradición compositiva e iconográfica de las altas jerarquías eclesiásticas, definida por Rafael en el retrato de Julio II, con personajes sentados y revestidos con los ropajes de su categoría. En esta sentido cabe decir que Velázquez logró un magnífico equilibrio entre lo psicológico y lo pictórico. La figura, representada de tres cuartos mira al espectador, girado hacia la izquierda (se consigue una mayor composición espacial).
En el retrato Velázquez no halaga al modelo, sino que lo pinta con objetividad. Pero le confiere una enorme impresión de digna grandeza, a través de la intensa expresividad del rostro, la riqueza pictórica de los tonos rojos y la suntuosidad de la paleta.
¿Cómo esta pintado?
Técnicamente está realizado con una pincelada ágil y vibrante, que rompe los contornos y modela las formas y cuerpos con luz y color, sin formas. Las telas están tratadas gustosamente inundadas de brillo. Por otra parte está realizado de forma muy fluída, incluso espontánea (descubrimos ciertos arrepentimientos, ej. en la mano derecha).
El retrato propiamente dicho refleja el carácter desconfiado y escéptico de un viejo político: el rostro rojizo confiriéndole vitalidad, la mirada astuta, enérgica e interrogadora. Velázquez pinta al hombre y su poder temporal, más que al Sumo Pontífice y su poder espiritual.
¿Qué une a ambos personajes?
No era la primera vez que ambos personajes, retratado y pintor se encontraban. Inocencio X había sido nuncio en la corte de Felipe IV (1626-1630) y fue un papa favorable a los intereses españoles. Quizá conociera al pintor en su primera etapa y posteriormente a los 65 años, aprovechara la presencia de Velázquez en Italia de noviembre de 1648 a mayo de 1651. Lo más probable es que fuera un encargo del propio papa, aconsejado por personajes de su corte.
Velázquez
Para Velázquez el fuerte sentido naturalista del retrato le produjo ciertos beneficios, el ingreso en la academia romana de San Lucas; la exposición de obras en el Panteón el día de San José; la recomendación papal al monarca español para que le concediera un hábito de orden militar y una cadena de oro con la efigie papal.
Velázquez no halagó, sino que pintó con absoluta frialdad a un hombre en camino hacia la vejez, con rasgos feos, alto y delgado, calvo y de tez rojiza. Lo hace con apariencia majestuosa, fría y distante, con el sentido escéptico y desconfiado que antes citábamos. El propio autor tampoco quiso estar ausente, y faltando a su costumbre firmó la obra, demostrando el orgullo que le había producido su obra (papel de la mano izquierda).
Finalmente citando la recomendación de Schopenhauer, piensa cuando estés frente al cuadro que "tienes que acercarte como te aproximas al soberano; tienes que aguardar que tenga a bien dirigirte la palabra, porque es él quien elige el tema de la conversación; no debes ser el primero en hablar, porque te expones a no oír más que tu voz" (Catálogo de la Exposición, 1996).
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